Dormía profundamente junto a sus hijos cuando los gritos la despertaron. “No me pegues hijo de puta”, escuchó desde su cama y se levantó a ver qué ocurría.
Sigilosamente se acercó hasta la ventana de madera desvencijada, observando por una rendija como Micaela vivía sus últimos instantes, cuando un hombre le gritaba “te voy a matar hija de puta”.
Amanecía. Sobre la vereda vecina yacía el cuerpo de una joven, un automóvil Renault Megane de color gris con la puerta abierta y un hombre que golpeaba el cuerpo con violencia. La testigo involuntaria de estos hechos fue a pedir ayuda y en ese momento sintió un golpe seco, como si se reventara una cerveza en el freezer. Los gritos no se escucharon más.
La mujer que presenció los hechos sucedidos salió a la calle y vio cuando el hombre le daba un golpe tras otro mientras ella le gritaba, “no le pegues”. El hombre se dio vuelta y cuando la vio, se subió al auto, aceleró rápidamente y huyó del lugar abandonando a Micaela.
La testigo no podía quitar la vista del cuerpo de la joven. Como pudo, se acercó hasta la casa de la vecina de enfrente y pidió un celular para llamar a la policía. Su vecina no se asomó, quizás por temor, le alcanzó el celular por la ventana porque no podía o no quiso abrir la puerta. Ella dio aviso a las autoridades.
Desde entonces, ella no duerme bien y está muy consternada ante lo vivido, tanto que a veces piensa que la sangre brota desde la tierra y se pregunta todos los días si hubiera podido hacer algo para ayudar a Micaela.